di Emiliano Sacchi
“Hipócritas. Os atrevéis a escrutar el cielo y la tierra y olvidáis interrogar vuestro propio tiempo”
Lucas, 12, 56
1. La irrupción del Macrismo.
Frente a un magro público que aguarda abajo, en un balcón soleado que fue escena de momentos trágicos de la historia argentina, un hombre de ojos celestes con look de empresario global ensaya unos pasos de baile mal aprendidos. A su lado, una mujer luce la elegancia de los objetos sexuales business class. Más abajo, en silla de ruedas, otra mujer se esfuerza por cobrar protagonismo haciendo karaoke, desafina sobe una pista de cumbia, el estribillo dice “no me arrepiento de este amor / aunque me cueste el corazón/ amar es un milagro y yo te ame/ como nunca jamás lo imagine”. Son respectivamente Mauricio Macri, la primera dama Juliana Awada y la vicepresidenta Gabriela Michetti en el acto de asunción en la casa de gobierno. La noche anterior, en el mismo lugar, en una épica muy diversa, una multitud había despedido a Cristina Kirchner, presidenta saliente. Ha comenzado el macrismo. Sin dudas, algo nuevo.
Ciertamente, no se trata de un fenómeno surgido ex nihilo, tiene una historia empresarial y política en la ciudad de Buenos Aires donde ha gobernado por dos periodos consecutivos, pero el acceso al mismo tiempo y de forma abrupta al gobierno nacional y al gobierno de la provincia, por lejos más importante económica, política y poblacionalmente del país, lo transforma seguramente en un fenómeno sui generis. El PRO (Propuesta Republicana) o Cambiemos (la marca electoral con la que ganó las elecciones) fueron pensadas para la toma del poder nacional. Una revolución de la derecha. Por ello, si bien hace varios años que el macrismo gobierna y su “modelo de gestión” ilumina retrospectivamente su presente, en cierto modo (en una organización política tan centralizada como la Argentina), se puede decir que recién ahora ha comenzado a desplegar en toda su amplitud y radicalidad su proyecto de gobierno.
En efecto, en muy poco tiempo, sus actos de gobierno han sido ya numerosos, firmes y drásticos. Para decirlo con una expresión conocida, su doctrina es el shock. Apenas llegado al poder, con el congreso en periodo de receso, el macrismo desencadenó una serie de declaraciones de emergencia (securitaria, energética y estadística) y a la vez una catarata de decretos de necesidad y urgencia por medio de los cuales reformó de facto la conformación de la Corte Suprema, suspendió leyes democráticamente sancionadas, como el caso de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual que limitaba el poder de los monopolios de la información, sitió la vida democrática limitando derechos tan elementales como el de protestar, todo eso poniendo el orden constitucional en un estado de fragilidad manifiesta. Lo singular del macrismo es que para poder sentar las bases de semejante “gubernamentalidad de la emergencia” se vio primero obligado a provocarla discursiva y materialmente. Emergencia, necesidad y urgencia son las cláusulas jurídico-políticas que le permitieron performativamente dar lugar a una crisis que sus mismas medidas pretenden conjurar. Tras llegar al poder con un mínimo margen de votos a su favor en un reñido ballotaje, todo indica, que la sabiduría schmittiana del macrismo consiste en saber que soberano es quien decide el estado de excepción. De hecho, el ejercicio de su soberanía sobre uno de los elementos esenciales de un Estado capitalista, la moneda, comenzó aún antes de llegar al gobierno. Entrelazando el poder de las finanzas transnacionales y de los mas media, el conjunto de economistas que acompañaron a Macri en la campaña y ahora en la gestión fueron acentuando de forma progresiva una presión megadevaluatoria que le permitió al presidente en su sexto día de gobierno “sincerar” el valor de la moneda nacional y devaluarla casi un 60% acentuando el espiral inflacionario y dando lugar a una transferencia brutal de la riqueza desde los trabajadores y sectores con menos recursos al empresariado.
Sin dudas, en términos económico-políticos la “Revolución de la alegría” es en primer lugar una recuperación en el poder de captura del capital sobre la riqueza producida socialmente. Megadevalación, eliminación y disminución de impuestos y tasas de exportación a las materias primas, liberalización de las importaciones, renegociación de la deuda ilegítima con los “fondos buitres” y apertura a un nuevo mega-endeudamiento, eliminación de subsidios y aumento brutal a las tarifas en los servicios básicos, aumento en las tasas de interés, etc. son los mecanismos económicos del clásico recetario neoliberal que favorecen a los grupos económicos concentrados, principalmente a los sectores exportadores de materias primas y a los grupos financieros. En el horizonte, los resultados ya los conocemos porque ya los hemos vivido: desocupación como variable de ajuste para la precarización y flexibilización laboral, crecimiento de la pobreza, concentración y extranjerización de la riqueza.
Marketing, ajuste neoliberal y estado de excepción son las tres dimensiones principales de la irrupción de un fenómeno político que aún cuesta comprender.
2. Arqueología de un retorno
Pasados cuatro meses de la asunción de Macri y con la batería de medidas que ha tomado, para cualquier ojo que conozca medianamente la historia política de nuestro país, sus nombres, sus discursos, sus ciclos, sus técnicas, no caben dudas que nos encontramos frente a una brutal restauración conservadora y neoliberal.
En efecto, desde los inicios de la moderna democracia argentina, con la ampliación del voto y la participación de los trabajadores en la escena política, los procesos democráticos han sufrido reiteradas interrupciones, orquestados desde los partidos políticos conservadores, desde las fuerzas armadas, desde las potencias extranjeras, desde las corporaciones transnacionales de la globalización financiera, desde los medios de comunicación, etc. En cada una de ellas, estos actores han estado presentes según el ropaje de los que los travistió su época histórica. Por ello, el primer y más elemental impulso a la hora de desnudar al macrismo es identificarlo con el pasado, denunciarlo como “retorno”. La primera y obvia referencia fue la avanzada neoliberal de la década del ’90. Aún antes de su llegada al poder surgió la consigna de rechazo “A los ‘90 no volvemos!”. En efecto, los mismos banqueros, los mismos tecnócratas, los mismos funcionarios, las mismas empresas, las mismas recetas del ajuste neoliberal, del endeudamiento y el desguace del Estado que Argentina sufrió en esa década oscura, volvían ahora maquillados por una agresiva puesta en escena del marketing político 2.0.
Sin embargo, ese retorno, no duró mucho sin iluminar otro, quizás más atroz, si las atrocidades pudiesen medirse: el retorno de otra muerte, ya no la muerte neoliberal, la de la pobreza, la exclusión, el desempleo, la destrucción del futuro en la cara de niños que buscan algo para comer en los tachos de basura de las noches urbanas. No, ese retorno, iluminó otro: el de 1976. Es que mal que nos pese y por más que la transición democrática argentina intentó borrar sus vínculos con la dictadura militar, y por más que en los últimos años la lucha por Memoria, Verdad y Justicia sobre los crímenes de aquella dictadura haya avanzado más que nunca, las complicidades civiles, eclesiásticas, empresariales, y sobre todo, las marcas que dejó en los aparatos represivos del Estado, en el tejido social y en la subjetividad política, persisten aún inalteradas. Son esas marcas y esas complicidades las que no sólo vuelven a disputar el pasado para cancelar la memoria y prohibir la justicia, sino que hacen posible la censura de medios y periodistas opositores, la criminalización de la protesta social y de la pobreza, la represión violenta de las manifestaciones, la persecución política a los trabajadores del Estado, la privación ilegitima de la libertad a referentes políticos, la condena de la militancia por parte de Ministros cuyo supuesto honor proviene de no haber participado antes en organizaciones ni partidos políticos pero que, en su gran mayoría, han hecho su carrera en empresas transnacionales extractivistas, en monopolios del comercio o en la banca internacional.
De allí que, remedando a las críticas europeas al poder de la troika, para describir al gobierno actual se hable en Argentina de CEOcracia. Sin embargo, más allá de lo que implica el concepto difuso de “CEO”, no hay mayor novedad para nuestra historia en este “gobierno de los empresarios”. Ya en el ´29, uno de los más potentes escritores argentinos, Roberto Arlt, hacía decir a uno de los personajes de Los siete locos “¿Usted cree que las futuras dictaduras serán militares? No, señor. El militar no vale nada junto al industrial. Puede ser instrumento de él, nada más. Eso es todo. Los futuros dictadores serán reyes del petróleo, del acero, del trigo”. Arlt no se confundía. No sólo el golpe de Estado de 1976 pondría directivos de las compañías transnacionales, de las empresas exportadoras, de la banca y de las cámaras empresariales más poderosas en cada uno de sus ministerios, en eso ya lo habían precedido los golpes de 1955 y 1966. Sin embargo de esos otros gobiernos militares “de facto”, mucho más lejanos, no es sólo esto lo que retorna. Del Estado burocrático-autoritario de la dictadura del ´66, más allá de la censura y la persecución política, el gobierno actual recupera una retórica que sintetiza a la vez el conservadorismo integrista y la modernización de libre empresa, la rienda suelta a la desregulación neoliberal y la formación en “valores” sacrificiales resemantizados ahora bajo el lenguaje optimista de la autoayuda: la apertura y desterritorialización capitalista y la reterritorializacion en la moral empresarial.
Pero, de todos los golpes de Estado de la historia moderna argentina, como lo expresara Pablo Avelluto, actual Ministro de Cultura , el “favorito” es el de 1955, aquel que puso fin violentamente al proceso de redistribución de la riqueza y democratización del goce iniciado en 1945: la autodenominada “Revolución libertadora”. Por ello, no es fortuito que el actual gobierno elija nombrarse como “Revolución de la alegría”. Así como aquella se propuso “desperonizar” la sociedad, ésta se llama a “deskirchnerizarla”, borrando toda iconografía del gobierno anterior, cambiando nombres a instituciones públicas cuando no haciéndolas sencillamente desaparecer, como si no se tratase de un cambio de gobierno dentro de la alternancia democrática, sino de una refundación del Estado mismo, de un estado de excepción.
1955, 1966, 1976, 1990 son fechas aproximadas que señalan las necropolíticas diversas que componen los estratos de la arqueología del gobierno actual. Quizá por ello mismo pueda decirse, como lo ha señalado recientemente Osvaldo Bayer en una entrevista, que este retorno es mucho más profundo y es finalmente un “retorno a la década del ´30”. Aquella década infame de represión y proscripción iniciada con el primer golpe de Estado exitoso a la naciente democracia argentina del siglo pasado: el huevo de la serpiente. Desde entonces, un mismo hilo, entreteje a esos estratos que sedimentan unos sobre otros y endurecen los límites de nuestro presente. En todos ellos, el mismo odio a la democracia, aún en nombre de la democracia misma y más aún el mismo odio neocolonial y racista al pueblo y a sus nombres.
3. Cartografía de una novedad
Si bien podemos decir que son esos estratos lo que retornan en la actualidad, nos confundiríamos si creemos que podemos dar cuenta de ella reduciéndola a sus continuidades. La repetición es diferencia, ella diferencia, lo que se repite siempre se repite travestido y lo actual, aún en lo que repite del pasado, es irreductible a él. Por ello una arqueología del macrismo no puede ser una reducción a sus estratos o a su común denominador. Más bien todo lo contrario, hay que poder dar cuenta de su singularidad a partir de esos mismos estratos. ¿Qué es el macrismo? ¿Quién es el macrismo? ¿Qué fuerzas sociales, políticas y económicas lo componen? ¿Qué formas de vida impulsa? ¿Cuáles son sus tácticas y estrategias, sus técnicas y mecanismos? ¿Que hay de nuevo en sus forma de gobernar?